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Mirar el miedo a los ojos.

Mi primer viaje fue a San Bernardo, cuando tenía 1 año. Los detalles no los recuerdo, me quedan los fotográficos. Siempre me gustaban las vacaciones, eran en familia y las memorias me dicen que había mucha risa y abrazos. Crecí en tiempo y espacio, mire a otros horizontes, llegue un poco más lejos, una vez micros, otras vez barcos. Llego el día de volar por el aire, fui sin compañía. Las piernas temblaban tanto cuando el avión se esforzaba en mimar al viento. De pronto vi todo de arriba, estaba demasiado alto. No sentí ningún miedo, hoy eso me causa envidia. Vaya uno a saber porqué hoy lo vivo desde otro lugar, no me genera ninguna gracia el acelerar de esas alas, pero aun así seguí subiendo, los aeropuertos se convirtieron en amigos que me soltaban la mano para entregarme al miedo, pero de pronto el avión era mi amigo y me aterrizaba en los más profundos sueños. Pise el Coliseo Romano, subí a la cumbre de la Torre Eiffel, me saque una foto con Mickey, y me metí al agua cristalina; Así comprendí que el volar era el camino. Seguí planeando destinos que hoy se encuentran en calendarios y deudas de bancos. Pero nada me genera más sonrisas que saber que una libreta con mi nombre lleva demasiadas firmas, sellos y huellas de otras manos.


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