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CorriANDO

Suave, suave es la tela que arropa un cuerpo caliente después de dormir, como nunca, 8 horas seguidas. El reloj despertador me retrae a una realidad que pocas veces quiero ver. Todavía de noche en esta madrugada de pleno invierno. Buenos Aires siempre fue encantadora, aun en esta estación que odio, como odio a casi todo. Lo que respira, lo que me invade, lo que me estorba, lo que se atraviesa en mi pecho y me hace sentir el dolor del amor.

Conocí el amor cuando tenia 4 años, cuando un compañero de jardín me dijo, entre migas y arena, si quería ser su esposa. Ya de chiquitos querían opocar mi firme independencia.

Hoy a los 42 sigo en la misma recta, sola como quien camina entre tumbas de recuerdos oxidados que no suelen hacer ruido, y sin embargo es insoportable oír.

Me visto con calma, nunca en esta decena de años conseguí llegar tarde a ningún sitio, aun cuando quería hacerlo. Tomé un café caliente, quizás el esperar a que su temperatura se adecuara a mi paladar haría que retrase mi castigo, de ir a trabajar a una oficina de la cual quise irme desde el día cero. Sin embargo, ya son 17 años los que llevo ahí. Por suerte nunca me case, estoy completamente segura que el destino hubiera sido el mismo, la única diferencia es que compartiríamos la cama.

Llegue a Palermo 9.50. Les dije, ni deseándolo con todo mi odio consigo llegar tarde. Estoy a media cuadra de mi oficina 2x2, en donde tengo un escritorio ameno, con computadora moderna en donde archivo infinidad de datos de cientos de clientes que me importan el rabo del ojo de un pez.

Cruzo Coronel Diaz, los autos tocan bocina ¡Que insoportables! No caigo en la cuenta de que la razón soy yo. Que muevo mis piernas por una senda peatonal que debería no haber pisado hasta dentro de un minuto. Alguien no avisa, alguien no ve. Un colectivo de la linea 92 me embiste como quien corre a ver a su amante al cual no ve hace meses.

Todo esta negro, mi cuerpo puedo verlo desde arriba. La gente me rodea. Nunca entendí porque vigilamos un cuerpo de alguien a quien no conocemos. Sólo queremos ver sangre derramada y sesos esparcidos.

No respiro, no camino. No tengo miedo, ni frío.

Al menos ya no tendré que ver más al sorete de mi jefe.


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