Miradas sin ojos

Una mujer me preguntó porque le daba la espalda a la vista tan espectacular que había detrás de mí, le contesté que enseguida voltearia de nuevo, nada de lo que estaba allí se movería. En cambio, las miradas de las personas se iban perdiendo y no quería desperdiciar ninguna. Siempre me gustó verle el rostro a quiénes observan un espacio, quizás, por primera vez. Me gusta inventarme historias detrás de cada mirada, si esos enamorados se conocieron en un bar de Trastevere un sábado por la noche hace pocos días o si llevan años tomados de la mano. Me gusta verle los ojos a la gente sola y preguntarme si, al igual que yo, salieron en busca de si mismos. Me encanta interpretar sus reacciones, sus emociones. Quisiera poder preguntarle a cada uno que los trae por acá. Pero al no poder hacerlo me lo invento. Pienso que cada uno de los seres que me rodean están celebrando algo, un nuevo amor, un nuevo trabajo, un nuevo desafío. Recreo en mi mente una utopía en la que todos son felices, nadie jode a nadie y cada quién le desea lo mejor al otro. Imagino que es un mundo alienado y sensible, y que los abrazos no vienen con reproches de regalo.

Ahora al fin me volteo, veo el paisaje. Mis ojos no quieren parpadear para evitar perder segundos de vista. Estoy en lo alto de la colina, puedo verlo todo más claro, y esta vez no hablo del paisaje.