Irremediable
Siempre me gustó caminar de noche mirando hacía el interior de los edificios. Las ventanas iluminadas, la gente sentada en su mesa cenando, el televisor prendido sin poder opacar algún momento, un abrazo, un beso, un cuerpo solitario fumando en un balcón.
Aquella noche no era demasiado fría, extraño para ser pleno Enero frances. Caminé tres cuadras y doble a la izquierda. Por suerte aquel almacén estaba próximo a mi departamento.
Pedí rápido lo que necesitaba, en un frances casi avergonzante. Salí caminando lento y me distraje con unos turistas que hablaban español, y ahí caí en la cuenta de lo mucho que extrañaba hablar en mi idioma. Les sonreí, entendieron que entendía.
Estaba a 30 metros de pisar el hall de mi casa cuando sentí un frío en la espalda, la bolsa que cargaba en mi mano derecha se desplomó en el suelo de aquel pasaje. El sachet de leche reventó contra el pavimento gris claro. Mis manos se tomaron del cuello, y no tardaron en cargarse de un color rojo pasión. No tenía dolor, ni consciencia. La sangre resbalaba por mis antebrazos hasta llegar a los codos, de allí formaban una gota que iba directo al mismo suelo en donde se exparcio aquel desayuno.
Mis rodillas flaquearon, quede arrodillada frente a un hombre de barba a quién nunca había visto antes. Al verme a los ojos su cara se transformó en terror, el miedo consumió todo su rostro. El cuchillo que cargaba cayó frente a mi cuerpo ya casi tumbado en la acera. Estaba a punto de dormirme cuando escuché a una voz gritar:
- ¡No es! ¡No es la chica!